Sin ideología no tendríamos Educación Pública

[Artículo de nuestro compañero del Secretariado, Diegu San Gabriel, publicado en El Faradio]

 

En el último pleno de la Junta de Personal Docente de Cantabria, donde se elegía su presidencia, no fue la primera votación secreta de su historia lo único preocupante que ocurrió. Durante el debate previo, cuando argumentábamos que el profesorado había apoyado mayoritariamente un programa determinado para que lo defendiéramos ante la administración, la otra candidatura planteó lo “arcaico” y “caduco” de esa concepción ideológica.

Su primer apoyo (luego se sumarían CC.OO y/o UGT) ha publicado además una crónica, donde llegan a afirmar al respecto que “Los problemas de los docentes no tienen nada que ver con la ideología […] La ideología de cada uno debiera reservarse a otra esfera que nada tiene que ver con las condiciones laborales […] La política para los políticos. Nosotros somos trabajadores”. Estamos hablando de un sindicato que no realizó ningún programa electoral, rehusó participar en el único foro de debate que se organizó, y envió a todo el profesorado un cheque en blanco al portador como propaganda previa a las últimas elecciones.

Como veis, se confunde burdamente lo partidista con lo político. Y mientras es deseable que las organizaciones sindicales y sociales de todo tipo sean independientes de intereses ajenos (incluyendo los partidistas), en absoluto deben inhibirse de hacer política o, lo que es lo mismo, de influir en los asuntos públicos. ¡La política es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos profesionales!

Si ya es preocupante que en ciertos ámbitos corporativos impere el desconocimiento sobre la lucha obrera, la formación histórica de los sindicatos, sobre cómo hemos conquistado todos y cada uno de los derechos que tenemos…resulta ya desolador que no tengan ni idea de cómo surge y se sostiene la Educación Pública para la que trabajan.

Los atenienses de la Antigüedad tenían un término que les sonará, “idiota”, para referirse a quienes sólo miraban por lo suyo y se despreocupaban de lo común. Para Bertolt Brecht, el peor analfabeto era “el analfabeto político. El que no oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. Él no sabe que el costo de la vida, el precio del pan, de las alubias y del zapato, dependen de decisiones políticas. Es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace […] el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

Y es que nada sería tan conveniente para el poder, como que el pueblo y sus organizaciones se desentendieran de la política. Quizá por eso, se proyectan determinados prejuicios y “cuñadeces”, que propician el desprecio hacia la política, ante lo que sólo cabría echarse en brazos de opciones tecnocráticas y autoritarias. “Hagan como yo, no se metan en política”, cuentan que recomendaba el dictador Franco. Más cerca, alguno recordará a Miguel Ángel Serna, en marzo de 2012,reprochando que la huelga del Colectivo de Estudiantes tenía “intereses políticos”. Y efectivamente, los tenía; como no podía ser de otra forma, tratándose de un asunto público como los recortes en Educación.

Más elaborado que el pretendido apoliticismo, resulta la pretensión de la “superación de las ideologías”. Pero aunque se plantee como novedosa, no es precisamente una teoría reciente: desde Daniel Bell a Francis Fukuyama, se dedicaron la segunda mitad del siglo pasado a convencernos de ello.

Paradójicamente, son políticos profesionales quienes están abanderando este discurso contra la ideología. Pretenden desde hace tiempo, pero de forma muy intensa tras la crisis económica de 2008, situar las posiciones de izquierda (constructivista en lo social, intervencionista en lo económico) como dogmas teóricos, frente a una derecha que, libre de esa mochila, se abstendría de intervenir “en la vida de la gente”, únicamente aplicaría planteamientos técnicos “objetivos”. Esa lógica se utilizó para defender las políticas austericidas durante la citada crisis económica, así como para criticar el intervencionismo durante la sanitaria. Recordarán, por ejemplo, a famosos economistas de la Derecha alertar de que la fijación de un precio máximo para las mascarillas iba a provocar un terrible desabastecimiento. Pero, llamativamente para quienes pretenden esconder bajo criterios técnicos que defienden el interés lucrativo de empresas privadas e intermediarios, nada de eso ocurrió, sus presagios fallaron; como tampoco se han cumplido sus catastróficos augurios sobre la subida del salario mínimo, topar el precio máximo del gas en la Península Ibérica, etc.

Lo que sí ocurrió durante la pandemia, es que la Comunidad de Madrid contrató con Telepizza el reparto de menús para niñ@s en situación de vulnerabilidad, argumentando que era la mejor forma de hacerlo. Así, como si fuera una decisión técnica (como si no hubiera carga ideológica en dejar la alimentación infantil en manos de una multinacional de comida rápida), replicaron a las críticas que científicos de la nutrición les plantearon. Mientras, nuestra Comunidad, como muchas otras, gestionó desde lo público el reparto de más de 1.300 menús diarios, con productos frescos y de la tierra. ¿Por qué en la capital del Reino continuaron con su modelo, pese a las evidencias científicas de que era peor? Pues por lo mismo que en Santander se privatizó la gestión de las basuras o el agua: por pura ideología, la de favorecer el interés empresarial.

Mientras escribo estas líneas, veo a Isabel Díaz Ayuso demonizar “las ideologías”, al tiempo que anuncia un plan educativo para la Secundaria madrileña, con el objetivo de “contrarrestar la politización”. Porque entregar terrenos públicos para centros educativos privados o subvencionar a familias ricas las tasas, no es ideología, ni política. Qué va. En la misma línea se manifiesta también estos días Donald Trump: ideología es defender la igualdad de género, el sistema patriarcal no es ideológico para nada. Más claro, agua.

Y es que la ultraderecha, en su “guerra cultural” para cuestionar los objetivos transversales de la legislación educativa o establecer el veto parental, ha venido utilizando la retórica del apoliticismo y “dejar fuera las ideologías”. Porque educar para la diversidad, la igualdad, la tolerancia o la sostenibilidad, es “adoctrinar”; no como la materia de ‘Religión’ que pretenden perpetuar o la Formación del Espíritu Nacional que pretenden reinstaurar.

Al igual que todo es política, todo sistema educativo transmite doctrina y principios. Precisamente reconociéndolo, es como nos podemos dotar de un filtro crítico que permita defenderse de la manipulación. Por algo advierte Zizek de que «La ideología es más eficaz cuando es invisible», y quizá por eso afirmaba Louis Althusserque «La ideología no dice ser ideológica”. Pero es nuestra labor como sindicalistas y como docentes cuestionar este tipo de subterfugios.

Resulta más honesto admitir que en nuestro sindicato (como en todos) tenemos ideología, que las leyes educativas y los currículos derivados tienen ideología, que pretender engañar al personal haciendo pasar lo que uno piense o lo que esté establecido, como lo único lógico, normal, válido, correcto. Por supuesto que tenemos ideología, un conjunto de ideas que defendemos de manera abierta, crítica, no dogmática. ¿Qué seríamos sin ideas? Una masa manipulable. ¿Será eso lo que quieren?

Nuestras ideas y principios, por cierto, son decididas democráticamente, tras amplios debates, en asamblea; los presentamos de manera nítida, en forma de programa; y los defendemos con transparencia y honestidad. Algunas pinceladas de nuestra ideología son que la Educación Pública es la única que puede establecerse desde criterios democráticos para garantizar la igualdad de oportunidades para tod@s. Que la gestión pública es más justa, favorece mejores condiciones laborales y mejores servicios (qué vamos a contar a los interinos que han visto cómo funciona lo informático o el PREC externalizados). Que la Educación debe ser laica y la fe de cada cual no debe ser valorada en nuestros centros. Etc.

Entendemos y respetamos perfectamente que otros tengan distintas ideologías, pero no podemos aceptar que nos las pretendan imponer como dogmas neutros. Supondría pervertir el debate honesto.

Compañeros de ANPE en la Junta de Personal se mostraron irritados y dolidos cuando señalé las diferencias ideológicas, tomándolo como algo personal, cuando era más bien una deducción lógica de su programa y proceder colectivos. Aunque no quieran verlo, o quieran ocultarlo, es obvio que tenemos diferencias respecto a los conciertos educativos, la estabilización en nuestra tierra, la religión en los centros o la coeducación. Es algo que hay que normalizar, dentro de una sociedad plural. Hasta tal punto soy consciente de que no es algo personal, que cuando quisieron meterme preso por una protesta pacífica en defensa de la Educación Pública, recibimos la solidaridad de decenas de colectivos dentro y fuera de Cantabria, pero nunca de ANPE como organización (sí de much@s afiliad@s, he de decir). Y nunca lo he tomado en clave personal, simplemente entiendo que su posición respecto a aquellos recortes, las protestas sociales y el funcionamiento del sistema judicial, es distinta a la mía y la de quienes sí se solidarizaron.

Incluso los derechos humanos, son ideológicos. Los avances más fundamentales se han conquistado políticamente, por la toma de conciencia, organización y movilización de los pueblos. Difícilmente un poderoso se levanta magnánimo una mañana y dice “voy a reconocer que todas las personas nacen libres”, “voy a instaurar el sufragio femenino” o “voy a establecer una reducción de la jornada laboral”. Y la Educación Pública no es precisamente una excepción, su existencia es el sedimento de procesos históricos impulsados al calor de determinadas ideologías.

Tradicionalmente, la Educación era un privilegio accesible sólo para las élites, acaparada por el poder religioso. En nuestra realidad, tres fueron las ideologías políticas que, fundamentalmente, contribuyeron a la conformación del sistema educativo público que tenemos hoy:

  • El comunitarismo: en algunos de los valles más “remotos” de Cantabria, a partir de los siglos XVII-XVIII, los concejos ya determinaban el pago de maestros y la escolarización obligatoria a partir de los 5 años. Esto explicaría que históricamente hayamos tenido los porcentajes de analfabetismo más bajos del Reino.
  • El liberalismo: en su sentido original, planteó que debía ilustrarse a la población, propiciando el acceso a la educación como requisito indispensable para alcanzar la libertad. Y fueron las revoluciones liberales que engendran la Edad Contemporánea, las que instauraron sistemas educativos estatales laicos.
  • El socialismo: el ascenso del movimiento obrero propició la Educación gratuita como compensadora de desigualdades, para dotar de las mismas oportunidades a tod@s l@s niñ@s, con independencia de la adscripción social de la familia en la que llegaran al mundo.

¿Cómo se puede renegar de y negar las herramientas que nos permiten conquistar estos avances? Abandonar o ceñir al ámbito privado las ideologías, supondría en la práctica, que el estado actual de las cosas siguiera pasando su rodillo pero sin contestación organizada, sin alternativas estructuradas. De ahí los llamamientos continuos a despolitizar el arte, el deporte, la enseñanza, etc.

Quienes quieren controlar y enriquecerse a costa de la Educación, tienen muy claros sus intereses, sus medios y sus fines. Si quienes defendemos una Educación Pública de tod@s y para tod@s nos dejamos confundir con retórica neoliberal, olvidando de dónde venimos y hacia dónde vamos, veremos precarizar nuestras condiciones laborales y degradar gravemente el sistema.

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